viernes, marzo 09, 2007

Solía perseguir una ilusión...

Solía perseguir una ilusión, un sueño. Era verdad, entonces, una verdad que corría en mis venas, inflamaba mi pecho y corazón, volaba en mis sueños, suspendía mi gravedad.

De un instante a otro, sin pensarlo, me encontraba en otra ciudad, con otra gente, respirando un aire que no era mío, solo para encontrarme ahí, a su lado, tomando su mano desde dentro y besando su pecho desde su espalda. Era para mi tan real como mi vida misma.

Tan real como aquella que persigue a su exnovio y persigue también al amante de un fin de semana. Tan real como la niña lesbiana que muere por conocer a la guapa baterista de la banda y tras perseguirla un par de horas lo consigue y es feliz tan solo por hablarle un instante. O tan real como mi amigo que busca el amor para no encontrarlo porque no soporta la ausencia de su esposa. Y tan real como las sombras que destruyen a las parejas...

De pronto, sin previo aviso, se abre la trampilla y uno cae a su propio avismo, ese que siempre amenazó aparecer y tragarte y ahora, sin prisa ni descanso lo hace... te traga.

Todo se quedó ahí arriba, sin la gravedad que ahora te lleva al fondo interminable.

Se llama tristeza.

Nada que perseguir es la tristeza...
Dicen que uno puede morir de ella, lo he visto en los peces, he visto algunos morirse de tristeza.

¿Uno puede curarse de esto?
¿Cómo se cura el no tener nada qué perseguir?