Algún día se enterarían de quién era el que movía el espejito, o la charola como le llamamos entre nosotros los judas, la polaca, la ley. Ya les había advertido que no se metieran con el polvo porque tarde o temprano les iba a caer encima, así que, ¿por qué no? si ya iban para allá, pues un empujoncito siempre ayuda. Así fue como les vendí la droga, les puse los contactos para distribuirla y les puse la trampa para torcerlos. A mí sólo me interesaba el ascenso en la oficina de la judicial. Pero ¡mierda! creo que la trampa me la pusieron a mi.
Aroón Rivera
Relatos en cadena
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