Solía perseguir una ilusión, un sueño. Era verdad, entonces, una verdad que corría en mis venas, inflamaba mi pecho y corazón, volaba en mis sueños, suspendía mi gravedad.
De un instante a otro, sin pensarlo, me encontraba en otra ciudad, con otra gente, respirando un aire que no era mío, solo para encontrarme ahí, a su lado, tomando su mano desde dentro y besando su pecho desde su espalda. Era para mi tan real como mi vida misma.
Tan real como aquella que persigue a su exnovio y persigue también al amante de un fin de semana. Tan real como la niña lesbiana que muere por conocer a la guapa baterista de la banda y tras perseguirla un par de horas lo consigue y es feliz tan solo por hablarle un instante. O tan real como mi amigo que busca el amor para no encontrarlo porque no soporta la ausencia de su esposa. Y tan real como las sombras que destruyen a las parejas...
De pronto, sin previo aviso, se abre la trampilla y uno cae a su propio avismo, ese que siempre amenazó aparecer y tragarte y ahora, sin prisa ni descanso lo hace... te traga.
Todo se quedó ahí arriba, sin la gravedad que ahora te lleva al fondo interminable.
Se llama tristeza.
Nada que perseguir es la tristeza...
Dicen que uno puede morir de ella, lo he visto en los peces, he visto algunos morirse de tristeza.
¿Uno puede curarse de esto?
¿Cómo se cura el no tener nada qué perseguir?
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2 comentarios:
Yo también pasé por la tristeza, pero pude alejarme de ella amando cada cosa que hacía, aprendiendo a entender mis estados de ánimo y el porqué de mi tristeza. Viví tanto tiempo estando triste que no sabía como ser feliz, pero tenemos que aprenderlo y una vez lo consigues es díficil volver a la tristeza, aunque siempre sentirás momentos tristes. Si no fuera por esos momentos no escribirías las cosas tan bonitas que escribes...
=) gracias!
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